Día internacional de la Mujer
Jimaní, Frontera Dominico-Haitiana
“Soy feliz.
No perdamos esos gestos
De la vida cotidiana,
Eso simple de mirarnos
Y leernos la mirada.
Que el afuera no nos robe
La pureza ni las ganas,
El camino siempre es bueno
Si los sueños no se apagan.”.
No perdamos esos gestos
De la vida cotidiana,
Eso simple de mirarnos
Y leernos la mirada.
Que el afuera no nos robe
La pureza ni las ganas,
El camino siempre es bueno
Si los sueños no se apagan.”.
Teresa Parodi
Este es mi humilde homenaje a las mujeres en su día. En Melisa, quiero sencillamente abrazar a todas aquellas mujeres que por su lucha y por su entrega diaria van regalándole a la humanidad la posibilidad de reconocer el rostro tierno y sensible de la existencia y la fortaleza que existe en la aparente debilidad. La última vez que estuvimos en la montaña nos encontramos de nuevo con Melisa. No sé si la recordaran, yo ya se las presenté antes. Melisa una vez más me rompe los esquemas, me desarma. Ya cumplió sus 20 años. Esta vez me fije con más detalle en ella. Mide aproximadamente 1,60 mts de estatura, delgada, de brazos fuertes, de piel negra, le faltan los dientes de adelante. Se sonríe poco, es mas bien seria y distante. Habla bien el castellano, hace ya tiempo que vive en República Dominicana. Llega siempre al Colmado (kiosco) de Adolfito para vender su café. Llega caminando descalza con el saco de café al hombro, muy sudada y visiblemente acalorada. Nos saluda desde lejos. Nosotros nos levantamos y nos acercamos para darle un semiabrazo. Es que como les digo ella es mas bien parca, distante. No obstante nos sonríe y nos pregunta como estamos.
Hay que aclarar que en realidad no es que vende su café. Lleva el café recogido en el conuco (tierra) de Adolfito, éste mide lo recogido y le paga según la cantidad cosechada de café. Ese día ganó alrededor de 650 pesos. A Melisa la hemos visto dos o tres veces nada más en los seis meses que llevamos acá. Al recibir su dinero me pregunta: “le gusta la malta?” Yo reconozco que andaba sumergido en mis propios pensamientos, medio perdido en mi propio interior, pensando vaya a saber en que idea transcendental, rumiando vaya a saber qué dolor existencial, y no entendía bien porqué me lo preguntaba. “Que si le gusta la malta, que le quiere comprar una”, me explica Adolfito, el dueño del colmado. Al escuchar a Adolfito la miré nuevamente a Melisa. No quería o no podía entender que iba a comprarnos una malta (bebida a base de cebada) y nos la regalaría a Myrna y a mí. Vacilante y medio atontado por lo que intuía iba a ocurrir intenté balbucearle que no hacía falta, que no era necesario…pero no hubo forma, no pude…, no pude decirle que no:” Sí me gusta le dije”. Y me quebré. Me rompió. Algo dentro mío, muy adentro, hizo “crack”.
Recibí una botellita pequeña y no pude mirarla más. No pude decirle nada. ¿Que le iba a agradecer? ¿Que me ayudara a calmar mi sed? Se me vinieron inmediatamente a mi cabeza dos pasajes bíblicos. Primero el del encuentro de Jesús con la Samaritana. Luego el de la viuda pobre que da, no de lo que le sobra, sino de lo que tiene para vivir. Me estremecí. Recuerdo que la miré a Myrna, como buscando una explicación, no le dije nada, no podía hablar.
La escena continuó, ella luego de comprarme un refresco cargado de dignidad, luego de haber consolado mis estúpidos dolores, continuó comprando las cositas para cocinar. Compraba en el mismo lugar donde le pagaron su trabajo. Mientras compraba le contaba a Adolfito que su marido había salido a buscar agua temprano y que todavía no había regresado y se sonreía. Adolfito le decía que lo dejara y se buscara otro, que como la deja sola así, que seguro andaba en los bares. Ella se sonreía como aceptando que era así. Compró una libra de arroz (aprox 500 gr), compró dos o tres calditos, uno o dos sobrecitos de salsa de tomate, una botellita de aceite de aprox 200 cm3 y nos decía que todavía le faltaba recoger los guandules para hacer el moro con guandules (algo parecido a un arroz con arvejas). Compró un coco y se fue.
Se fue pero se quedo para siempre. No puedo de dejar de recordar esta situación y se ha convertido para mí en una especie de oración diaria. Una contemplación diaria que intento hacer cada día para recordar lo esencial de la vida: Ama y da aún desde tu nada, no desfallezcas, tu pobreza y tu sed tienen la capacidad de saciar la sed de otros sedientos si te animas a dar el paso de salir de tu intimismo, del propio pozo del egoísmo absurdo que implica el autocompadecerse de uno mismo.
Su gesto fue subversivo, en el sentido mas hondo de la palabra: puso patas para arribas la lógica del mundo de hoy que reza: Solo los ricos (que tienen) pueden dar a los pobres (que no tienen); nada del pobre es necesario para el rico.
Así se las presentaba en un mail anterior: Melisa es haitiana, tiene 19 años de edad y cuatro hijos. Se casó a los diez años y hace como 16 que vive en República Dominicana. De los cuatro hijos que tuvo se murieron dos; “estaban enfermas y se murieron” fue su respuesta cuando le preguntamos porque murieron. Una, a los tres años de edad y la otra a los pocos meses de nacer. Eso fue todo, lo que nos dijo. Y recordé muchos otros testimonios de muertes “por enfermedad” así a secas, enfermedad sin nombre; muertes sin explicación, o mejor dicho la misma explicación o la misma enfermedad con el nombre genérico: LA INHUMANA POBREZA. Enfermedades prevenibles como los parásitos, el cólera o la desnutrición. Prevenibles si se disponen los medios para vivir una vida mínimamente humana y no simple sobrevivencia. Al escucharla pensaba en sus 19 años vividos y en mis 29 años vividos y me decía a mí mismo: he vivido más tiempo cronológico que ella pero definitivamente ella vivió dos o tres vidas mías en su corta existencia.
Hoy no sólo reconozco que ha vivido más que yo. Tiene mas vida adentro que yo. Y la contagia, la regala, la dona, así nomás, sin muchas vueltas, sin pensarlo demasiado, sin cálculos premeditados ni planificación previa. Solo se da. Porque no me dio nada. Se me dio, se dio a sí misma. En ese refresco iba su misma vida entregada en ese trabajo esclavo al que se encuentra sometida desde pequeña. Trabajo que no obstante ella redime y lo eleva con la dignidad con que lo asume. Abnegación, sacrificio, amor, entrega…silencio. ¿No creen uds que hay cosas que al nombrarlas a veces uno tiene la sensación de estar cometiendo un sacrilegio? ¿Una especie de profanación? Más o menos así me siento yo ahora. No hay palabras para nombrar algunas realidades.
Sólo me animo a escribir esto por un motivo bien sencillo. Me sentí salvado por su gesto, me sentí rescatado de mi propio y pequeño dolor, que uno a veces cree tan grande. Arrastrando mi vida como un mendigo, se acerca con su fragilidad llena de fortaleza y me abraza con un gesto tan sencillo y simple como conmovedor. Y entonces pienso y me digo, voy a intentar escribir y compartir esto, quizás a algún otro/a también pueda rescatar…
Le pido a Dios que me prive del pecado terrible de instrumentalizar al pobre, de usarlo para mi consuelo momentáneo. Le pido que sepa abrazar el evangelio vivo que nace en el encuentro con el olvidado y que desde allí pueda vivir mi vida entregada en el compromiso con sus causas, con sus luchas, con sus resistencias, con sus sueños…
Las abrazo en este día…gracias por su ternura, por su entrega, por su lucha, por su perseverante y tozudo amor silencioso y abnegado…
Sebastián Vergara
Misionero Voluntario Claretiano