domingo, 8 de abril de 2012

Desde la frontera...

Por:  Yoselin Cárcamo


" Este niño será un signo de contradicción... porque revelará lo que hay en cada corazón..."



(Lc. 2, 34-35).
Quiero exponerles una de las deficiencias que en este tiempo hemos ido descubriendo en esta frontera, entre muchas otras, ustedes ya saben que en nuestro recorrido en las montañas nos vamos involucrando en la vida de las familias, en el quehacer de las escuelas, en las reuniones de asociaciones, etc. y sabemos por ello que existen niños, niñas y adolecentes desprovistos de partida de nacimiento. El derecho a un nombre y a una nacionalidad se encuentra consagrado en nuestras leyes, por ejemplo la declaración universal de los derechos humanos expresa en el art. 6 que: "Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica". Y el art. 15 se refiere a la nacionalidad, al establecer que toda persona tiene derecho a una nacionalidad. De igual forma estos derechos se reconocen en la constitución dominicana en el art.18, pero con la salvedad de que esta carta magna fue modificada el 2010 dejando fuera el derecho a


Jus solis (el recién nacido tiene la nacionalidad del territorio donde nace, sin importar la ciudadanía legal de sus padres), lo que impide abiertamente que la mayoría de niños, hijos de haitianos, que conocemos y que han nacido en dominicana no tiene nacionalidad, eso también producto de un proceso discriminatorio que se acrecienta con este tipo de acciones legales que en nada contribuyen a la fraternidad, más aún se han conocido casos en que habiéndosele otorgado nacionalidad en un inicio, hoy al existir esta normativa y su respectivo reglamento, se le niega el reconocimiento del hecho de haber nacido en esta tierra (por ejemplo caso Yean y Bosico, demanda con base en el artículo 61 de la Convención Americana, con la finalidad de que la Corte declarara la responsabilidad internacional de la República Dominicana por la presunta violación de los artículos 3 (Derecho al Reconocimiento de la Personalidad Jurídica), 8 (Garantías Judiciales), 19 (Derechos del Niño), 20 (Derecho a la Nacionalidad), 24 (Igualdad ante la Ley) y 25 (Protección Judicial) de la Convención Americana, en conexión con los artículos 1.1 (Obligación de Respetar los Derechos) y 2 (Deber de Adoptar Disposiciones de Derecho Interno) del mismo instrumento convencional, en perjuicio de las niñas Dilcia Oliven Yean y Violeta Bosico en relación con los hechos acaecidos y los derechos violados desde el 25 de marzo de 1999, fecha en que la República Dominicana reconoció la competencia contenciosa de la Corte).

Pese a que estos derechos están establecidos de forma explícita en muchas leyes y convenciones adoptadas por este mismo estado, los mismos no pueden ser ejercidos plenamente por los ciudadanos y ciudadanas, algunas veces por desconocimiento de los procedimientos legales, otras veces por dificultades económicas de las familias debido a lo costoso que resulta el proceso de registro de nacimiento, en ocasiones por trabas burocráticas que obstaculizan el proceso, esto pasa con Haitianos y dominicanos, e inclusive por la ignorancia de los padres que siendo en muchas ocasiones analfabetos, perpetúan el circulo de la marginación.
El nombre de una persona es algo tan importante como su propia vida, carecer de este es como estar fuera del mundo, es un no pertenecer a nada y sufrir la carga y la conciencia de ese no pertenecer. Sin nombre y sin nacionalidad se está en un vacio social, quien carece de estos dos aspectos en su vida no tiene siquiera el espacio social para explicar su situación, no tiene interlocutores, en definitiva NO EXISTE.

Cuando se nos niega nuestra identidad se nos está negando el derecho a ser y a existir. Dios primero hizo al hombre y luego lo nombró, de hecho en varias citas bíblicas lo dejan entrever : "te he llamado por tu
nombre, tu eres mío" (Isaías 43, 1).
El concepto de nacionalidad y nombre aparece en los primeros libros de la Biblia de forma natural y espontánea, aparece como una propiedad inalienable, identificamos a los personajes de las escrituras por su nombre y procedencia, incluso su genealogía.
En más de una ocasión el mismo apóstol Pablo apeló a su condición de ciudadano romano para exigir sus derechos y así evitar abusos en su contra. El mismo Jesús es identificado por su procedencia, se habla de Jesús de Nazaret, como si este poblado irrelevante, pobre y pequeño y sin relevancia política, social o religiosa fuera su apellido, eso demostraba la humildad de Cristo.

Los nazarenos eran unos vecinos sencillos y pobres de los que no se esperaba nada. Jesús opta por la insignificancia de Nazaret. Jesús alcanza un nombre y una ciudadanía, aunque estigmatizado por su procedencia, Jesús tiene una identidad ciudadana que le permite un espacio precario pero suficiente como para hacer sentir con su mensaje liberador.

En este paralelo con Jesús quiero dejar en claro que en el mundo entero, no sólo aquí donde circunstancialmente Dios me tiene a su servicio, sucede esto, la tragedia es que muchos desconocen el valor de tener un nombre, de ser miembro de una comunidad política, jurídica y socialmente construida,
cómo podrán pedir que se le cumplan otros derechos como accesos a la salud, educación, vivienda, agua, electricidad, inclusive para bautizarlos, si no han logrado acceder a estas otras dos que los reconocen como existentes en este mundo? . Es penoso el caso de niños que en este mundo tan competitivo y desafiante, de tantos trámites burocráticos y exigencias documentales, carecen de un nombre y una nacionalidad, de un registro legal que dé cuenta de que ellos existen. Darles a ellos lo que por derecho les pertenece es traerlos a la vida social, incorporarlo a la vida organizada. Es reconocer su existencia para hacer vigentes sus derechos de personas.

La acción de registrarlo o documentarlo ante un organismo válido es algo más que registrarlo y darle un papel, lo que se juega existencialmente sobrepasa toda pretensión estadística y de organización.
Este hecho concreto me remonta al censo que movilizó a la sagrada familia hasta Belén, esa recopilación de datos que quería el Emperador Augusto (Lucas 2, 1-5) cumplía un propósito de Estado valioso en esa época, pero el niño Jesús, que a lo mejor no fue registrado en ese evento, dejó el más trascendente de los mensajes que haya conocido la humanidad, estos niños también tienen mucho que anunciarnos. Su mensaje es hoy un llamado a dar a conocer la vida y las dolencias de nuestro prójimo, de eso también se trata la evangelización.

Les abrazo en Cristo que nos une,
Yoselin Cárcamo, Voluntaria Claretiana

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