A los 17 días del mes de julio de 2012
Catamarca (Mi Ciudad Natal), Argentina
“(…) Recuerdo una vez un día en que un capataz me dio a escondidas un trozo de pan
Seguramente guardado de su propia ración del desayuno. Sin embargo, me obsequió algo más que un trozo de pan, me dio un “algo” humano que me hizo saltar las lágrimas: la palabra y la mirada con que acompañó el regalo”
Viktor Frankl; El hombre en busca de sentido.
Hace un mes atrás aproximadamente comenzábamos la etapa de despedida de la frontera Dominico Haitiana. Fue un tiempo difícil, con sentimientos a flor de piel. Una experiencia bella estaba llegando a su fin. Aún con sus luces y sombras sabíamos que estábamos concluyendo una etapa trascendental en nuestras vidas.
Y digo trascendental, aún cuando creo que no se puede decir que todo fue color de rosa. Soy consciente que para muchos de nosotros las situaciones duras, tristes, y dolorosas se contaran por más, que los momentos de alegría y gozo. Es que una experiencia límite como ésta nos pone a prueba profundamente y nos hace rozar nuestros propios límites, enfrentarlos y nos desafía a superarlos a cada instante. Y eso casi siempre implica dolor y sufrimiento.
Hoy que ya estamos en nuestras casas esos momentos difíciles que pasamos se miran desde otra perspectiva. Con un poco mas de serenidad y arropados por nuestra gente, con la calidez de nuestras familias y rodeados de afecto, podemos mirar para atrás y reconocer y valorar todo lo que crecimos, dándonos.
Es que dar, el darse, es crecer. Estoy seguro que incluso nos lamentamos de no habernos animado a darnos más. ¿Más todavía, pueden preguntarse algunos? Es que como anoté en algún lugar, hace ya algún tiempo: siempre se puede ir más allá tanto en la verdad como en el amor.
Porque esta experiencia también implicó para nosotros además de amar, reconocer y aceptar nuestra propia verdad.
En muchos casos la experiencia sirve para reconocer lo más esencial de nosotros mismos, todo lo valioso que somos y no hemos sido capaces de reconocer. Pero también reconocer las propias limitaciones, la propia miseria, la debilidad que cargamos y llevamos con nosotros y aceptarla como la verdad de nuestra existencia. Sin esta experiencia espiritual es imposible abrazar las realidades con que nos topamos. Todos tuvimos necesariamente que pasar por un ejercicio permanente: la propia y sincera introspección para luego salir al encuentro con el pobre. Solo esto garantiza que vaya a darme en ese encuentro de manera auténtica y profunda. Sin esa necesaria introspección que me lleva a reconocer mi propia verdad, mis relaciones se vuelven ficticias, superficiales y hasta instrumentales.
Pude reconocer con un enorme gozo en el alma que cada uno de mis hermanos de comunidad han hecho este esfuerzo. Cada cual hará su balance y reconocerá en qué medida ha sido capaz de abrazar su verdad (y por ende crecer como persona) y de esta manera entablar relaciones profundas que permanecerán en el corazón mas allá de todo tiempo y distancia. Me imagino que esas andamos…
Es indudable entonces el crecimiento que se ha producido en nuestras vidas gracias a esta experiencia. Pero ¿que más ha dejado? ¿Sirve para otra cosa que no sea la propia pequeña autorrealización? Bueno yo creo que sí. Y va mi testimonio al respecto.
Para mí al principio fue particularmente difícil la decisión de realizar esta experiencia. Yo nunca había salido del país. La misión parecía realmente exigente en cuanto a la realidad que debíamos enfrentarnos. Mis padres conocían de mis compromisos y trabajos sociales anteriores pero esto era realmente “distinto”. No fue sencillo que aceptaran mi decisión. De hecho no lo hicieron. Viajé expresamente a Catamarca (mi Ciudad natal) para despedirme de mis padres y mi viejo no me despidió. Lo primero que me dijo al llegar fue: ”estamos muy mal con tu decisión, dame una tranquilidad, decime que no te vas”. “Casi nunca fui capaz de mentirle a mi viejo ni siquiera en mentiritas piadosas. Le respondí: “lo siento si me voy, ya tengo el pasaje, es una decisión tomada”.
Mi vieja estaba destrozada, para ella la decisión era una locura, pero la respetaba. Luego de días ya en República Dominicana, me entero que mi viejo había caído en un estado depresivo. Mi tío, hermano de mi papá, con quien éste estaba peleado, había fallecido hacía pocos meses y tal vez todo eso junto confluyó para que mi padre se quebrara. Lo bueno fue que no se resistió a recibir ayuda y comenzó un tratamiento psiquiátrico que hoy por hoy lo tiene muy bien.
De hecho puedo decir que incluso aunque la noticia fue muy dura para mi madre, ella con el correr del tiempo fue reconociendo que me encontraba bien y feliz. Y al poco tiempo fue “resucitando” al punto que comenzó un cambio lindo en su vida. Se anotó en la Facultad de Filosofía y comenzó a estudiar, algo que había deseado y postergado por muchísimo tiempo. Además en diciembre de 2011 fue a visitar a su madre. Hacia prácticamente más de 8 años (si no me quedo corto) que no iba a visitar la tierra que la había visto nacer y crecer, un pueblo pobre del interior, donde aún vive mi abuela y la mayor parte de la familia de mi mamá. La alegría era inmensa y se transmitía en las fotos y comentarios que pude compartir.
Muchas cosas cambiaron en las personas que me rodean. Eran pequeñas señales que iba recibiendo en el camino y que me iban confirmando en la opción realizada y corroborando aquello de “busca primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás añadido será”.
Pero y más allá del crecimiento personal y de los de mi entorno más cercano ¿La gente? ¿El pueblo pobre tanto dominicano como haitiano? ¿Recibió algo? ¿Sirvió para algo este tiempo con ellos? ¿Con que se quedaron?
Bueno como uds. saben el Programa de Voluntariado tiene dos aristas que intentan ser los pilares mas fuertes sobre los que se asienta su trabajo: uno es la evangelización explícita, el anuncio del evangelio y la buena noticia de Jesús y el otro es el aspecto social, aquella tarea de transformación concreta de la realidad de marginación pobreza y sufrimiento en que se encuentran sumidos estos pueblos de frontera y sin el cual el anuncio del primero es un mensaje vacío y carente de sentido.
Bueno en el fondo debemos reconocer que nuestros proyectos sociales quedaron a mitad de camino; por ende lo que se hizo en cuanto al aspecto de la evangelización también fue modesto. Siempre mirando esto (o intentando hacerlo) desde una mirada pragmática y reconociendo las serias limitaciones que tuvimos como comunidad a la hora de elaborar el Proyecto de trabajo. Ya que por otro lado, con una mirada más esperanzadora (de fe), el tiempo compartido con este pueblo ha sido profundamente transformador. Y así podemos ver que nosotros crecimos pero ellos también lo han hecho, en la medida en que se han animado a recorrer ese camino que les describía más arriba junto a nosotros.
Sólo un par de ejemplos para intentar ilustrar lo vivido: Las comunidades que visitamos no tienen la práctica de organizarse, reunirse y debatir las posibles soluciones a sus problemas. Son comunidades no solo aisladas de los centros urbanos, sino además con poca organización y relativamente desintegradas, incluyendo claro, el desafío de la convivencia, respeto e integración entre ambas culturas: dominicanos y haitianos. Son pocos los habitantes, todos se conocen, pero muchas veces prevalecen las diferencias y los pequeños problemas por sobre sus coincidencias (que son muchas) y emprendimientos comunes. Allí creo que realizamos nuestro insignificante, pero tal vez más relevante aporte. Insistiendo machaconamente en la necesidad de encontrarnos como pueblo, como comunidad, para celebrar nuestra fe, para festejar, para fortalecer nuestros lazos de fraternidad, pero también para dialogar sobre los problemas que nos afectan como sociedad.
Nos costó mucho, pero al final pudimos reconocer que ellos valoraban esos espacios que se fueron dando de a poquito. Que iban tomando forma también “al paso” porque nosotros también íbamos aprendiendo con ellos a trabajar “codo a codo”, intentando ser pacientes, esperar, motivar sin imponer o atropellar. Realmente estos pueblos están acostumbrados a ver llegar “americanos”(es decir, gringos) con ayuda. Pero estas “ayudas” por lo general consisten en llevarles donaciones, ya sea de alimentos, ropa o medicamentos, u operativos médicos puntuales por uno o dos días, pero no están acostumbrados a que un grupo de extranjeros llegue para quedarse con ellos, a compartir la vida, a vivir como ellos lo hacen, a caminar las mismas distancias que ellos caminan cada día, a compartir su cotidianeidad y desde allí animarlos a ver la realidad con otros ojos, con una mirada esperanzadora.
Y ese era nuestro desafío, romper con esa lógica de la dádiva fácil y proponerles otra forma de vivir, de relacionarse, de divertirse, de encontrarse, esos eran nuestros objetivos generalísimos y amplísimos….pero creo que algo, de todo lo intentado, habrá dado sus frutos. Claro imposible medirlos. ¿Cómo medir según resultados pragmáticos el haber podido estar presente y acompañar a Melisa y a la población haitiana en el asesinato de Edward, estar ahí con ellos, intentar consolar, orar, acompañar? ¿O los momentos de diversión, juego y alegría que intentamos generar con esos niños que no conocen otra infancia que no sea trabajar como adultos? ¿o esas visitas a aquellos ranchitos perdidos en las lomas mas lejanas para solo compartir quizás un saludo en haitiano mal balbuceado? ¿Es posible medir eso en resultados concretos?
Las sonrisas regaladas, los pasos compartidos en los senderos, los mil abrazos repartidos que hacían decir a la gente: “a ellos no les importa que uno este sucio, lo abrazan igual”. En esa tarea y reconociendo nuestras limitaciones, uno descubre como la gente puede entender y captar claramente las intenciones; y por ello no podemos negar que albergamos en el fondo la pequeña esperanza que de algo, aunque sea ínfimo, haya servido nuestra presencia este tiempo entre ellos.
Hasta la Próxima….
Sebastián Vergara
Voluntario Claretiano
II Comunidad de Voluntarios Claretianos en Antillas
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